viernes, 13 de julio de 2012

El campesino del oasis

Kunapup meditaba sentado a la sombra de una palmera. El cálido viento del desierto, apenas tamizado por los árboles del oasis, preocupaba al campesino. De momento, estaba cómodamente instalado, si tenía sed, podía saciarla con agua fresca del pozo y, si le apetecía, también podía beber cerveza. Pero en medio del desierto tendría que beber agua caliente y cerveza igual de caliente, tendría que caminar bajo el sol y se quedaría aterido de frío durante la noche. La perspectiva no le agradaba nada al campesino, pero Kunapup sabía que la necesidad obliga.
  Las últimas cosechas habían sido buenas y los graneros estaban repletos. Kunapup era un hábil y valiente campesino que no temía el trabajo y sabía sacar el mayor provecho de sus tierras. Todo lo que se podía hacer en casa lo hacía. Su mujer Merié lo ayudaba y se ocupaba de los hijos. Pero pronto escasearían los
productos que el campesino no podía cultivar en su oasis. Merié necesitaba lino para tejer vestidos, y Kunapup tenía que reparar la casa y los establos. Pero en el oasis ningún árbol le proporcionaba madera para carpintería. El campesino también tenía ganas de comprarle una joya a su mujer y regalos a los niños.
  Todas estas cosas se encontraban en la ciudad, y, para llegar allí, había que atravesar el implacable desierto. Kunapup volvió al punto inicial de sus pensamientos bajo la palmera.
  Había tomado una decisión. Llamó a su mujer, y entre los dos hicieron la lista de las cosas que había que comprar y decidieron también cuánta cebada para vender llevaría Kunapup a la ciudad.
  Merié le recordó a su esposo que no debía olvidarse de comprar alimentos para el invierno. Al día siguiente se dedicaron a hacer los preparativos del viaje de Kunapup. Ahora que ya se había decidido, estaba deseando ponerse en camino. Los atractivos de la ciudad también eran un aliciente.
  Ya se veía paseando por los jardines a orillas del Nilo, donde podría ver flores procedentes de tierras lejanas, traídas por ricos mercaderes. Se alegraba ante la perspectiva de dar paseos por loa ciudad. Kunapup soñaba, aunque no olvidaba el objetivo de su expedición: adquirir alimentos, madera y lino, sin olvidar esas pequeñas compras que mantenía en secreto. Merié preparó el pan y la cerveza que Kunapup necesitaría durante el viaje.
 Kunapup colocó ordenadamente en una cabaña todo lo que pensaba llevarse a la ciudad para cambiarlo por lo que necesitaba.
 Su equipaje casi no cabía en la cabaña. Él se sentía orgulloso a la vista de sus riquezas, e imaginaba todo lo que conseguiría en la ciudad. Hay que decir que Kunapup tenía, además de una buena disposición para el trabajo, una gran imaginación.
  En cuanto amaneció, a la hora en la que el cielo empezaba a iluminarse suavemente, Kunapup cargó con mucho cuidado los asnos, repartiendo sabiamente la carga. El sol comenzó su ascensión cuando el campesino les hizo las últimas recomendaciones a su mujer y a sus hijos antes de ponerse en marcha.
  Los asnos caminaban delante de él cargados de cañas, pieles de pantera y de lobo, sal, plantas y semillas. El cargamento era muy valioso, y Kunapup estaba decidido a protegerlo.
  El viaje transcurría sin incidentes. Los asnos caminaban sin quejarse demasiado y el viento que tanto temía el campesino era una suave brisa. Kunapup daba rienda suelta a su alegría natural e iba cantando por el camino.
  La ciudad a la que se dirigía el habitante del oasis todavía le quedaba muy lejos cuando se adentró por las tierras de Perfefi. Hasta ahora Kunapup no se había encontrado con nadie y por eso se alegró cuando vio a un hombre que le observaba de pie desde el dique. El hombre le sonreía. Si Kunapup hubiese sido capaz de leer sus pensamientos no habría acogido su sonrisa con tanta alegría, pues el hombre que lo observaba ya estaba ideando una artimaña que le permitiera arrebatarle a Kunapup los asnos y las mercancías.
  La casa de este hombre sin escrúpulos1 se encontraba al borde del camino y, justo al otro lado, se extendían sus campos sembrados de cebada.
  Ojeutinekt llamó a uno de sus criados y le ordenó:
   - Entra corriendo en la casa, saca un trozo de tela, y la colocas atravesada en el camino.
  Kunapup llegó con sus asnos a la altura de la casa y Ojeutinekt se dirigió a él y le dijo:
   - Alto, forastero. ¡No se te ocurra pisar ese paño que me pertenece legítimamente!
   Sin dejarse intimidar por el tono arrogante de Ojeutinekt, el campesino del oasis le contestó en tono sereno:
  - El camino es de todos, y nadie tiene derecho a decir que es suyo. Si no quieres que mis asnos pisen tu paño, no tienes más que recogerlo del suelo.
  Pero apenas había acabado de pronunciar estas palabras cuando uno de sus asnos arrancó de un bocado una matas de cebada, pisoteando al mismo tiempo el paño.
  La artimaña había dado resultado y ahora el hombre malvado tenía derecho a quedarse con el asno que le había causado un perjuicio.
  Kunapup protestó vehementemnete2 y la discusión se enconó. Llegaron a las manos, pero Kunapup era menos fuerte que el ladrón y no tenía más remedio que ceder ante su brutalidad. Sin embargo, prometió vengarse y, sobre todo, recuperar sus bienes, que Ojeutinekt le había robado sin el menor escrúpulo.
  Es posible que el campesino del oasis tuviera menos fuerza física, pero era más inteligente y lo amparaba la justicia. El robo se había producido en las tierras administradas por el gran intendente Rensi, representante del faraón.
  Kunapup se presentó ante Rensi, hijo de Meru, y le contó lo que le había ocurrido.
  El gran intendente escuchó primero con aire distraído. Desde las primeras palabras de Kunapup había visto que el asunto estaba claro, y no le cabía la menor duda de que Ojeutinekt era culpable y debía ser condenado. Pero a medida que el campesino del oasis se explicaba, Rensi escucha cada vez con mayor atención.
  Normalmente, en cuanto el gran intendente sabía cómo juzgar un asunto, interrumpía al litigante, pues su tiempo era oro y siempre tenía mucho que hacer. Pero, en este caso, no solo no ordenó callar al campesino, sino que lo invitó a proseguir sus explicaciones. Los criados del gran intendente se sorprendieron mucho al ver a su amo, que siempre tenía tanta prisa, dedicarle tanto tiempo a este sencillo campesino, y escucharlo con tan buena disposición.
  Kunapup se explayaba y Rensi escuchaba.
  Por fin, Kunapup terminó su alegato con una súplica:
  - Aniquila la mentira que viva la verdad, imparte justicia. Protégeme, pues estoy en la indigencia.
   En cuanto al campesino salió del palacio de audiencias, Rensi acudió a ver al faraón. Sabía que el rey se aburría en su magnífico palacio, y también sabía que le gustaba mucho la buena oratoria3. Rensi le contó lo bien que hablaba el campesino, la naturalidad con que elegía las palabras para seducir a su interlocutor.
  El faraón mostró mucho interés por el relato de su intendente y dispuso lo siguiente:
  - Normalmente, ordeno que se haga justicia a la mayor brevedad posible. Pero por esta vez vamos a hacer una excepción a la regla. Mandarás que Kunapup se presente todos los días ante ti y que cada día exponga de nuevo su petición. Según acabas de describirlo, no parece que le vayan a faltar las palabras, y seguro que se esmerará para convencerte sin aburrirte. Toma buena nota de todo lo que te vaya diciendo y cada día ven a repetirme las acertadas palabras del campesino.
  Rensi, hijo de Meru, se disponía a retirarse cuando el faraón lo volvió a llamar.
  - No quiero que mi deleite sea un obstáculo para la justicia. Cuida de que a Kunapup no le falte de nada y haz que también les lleves alimentos a su mujer y a sus hijos.
  Rensi cumplió escrupulosamente las órdenes y los deseos del faraón.
  Durante nueve meses Rensi convocó a Kunapup en la sala de audiencias, y en todas las ocasiones se quedaba maravillado ante la imaginación del campesino, que siempre encontraba palabras nuevas para explicar su problema y suscitar la benevolencia de Rensi.
  Todos los días el gran intendente le llevaba al faraón los papiros en los que los escribas habían anotado al pie de la letra las seductoras palabras del campesino.
  El faraón estaba encantado con la oratoria de Kunapup y disfrutaba con la inventiva verbal y la imaginación de su humilde súbdito.
  No obstante, consideraba que el asunto había durado lo suficiente, sobre todo porqué Kunapup, en su novena súplica, exasperado ante la falta de firmeza de la justicia, amenazaba con plantear su reclamación ante Anubis dios de los muertos.
   En esta novena súplica también se quejaba del faraón, que no se ocupaba lo suficientemente de que la justicia actuase sin demora. En realidad, su caso era claro y sencillo. ¿Qué pasaba entonces con los asuntos más complicados? Desde luego, añadía, el faraón debería prestar mayor atención a los asuntos de su reino.
  Sorprendido primero por la audacia de este humilde campesino que le reprochaba que desempeñaba mal su papel de faraón, y que al final no dudaba en amenazarlo con recurrir a los poderes del más allá, el rey se sintió tentado a castigar a este impertinente.
  Pero en seguida su sentido de la justicia le hizo comprender que el campesino tenía toda la razón para enfadarse y amenazarlo. Seguramente estaría preocupado por su mujer y sus hijos, pues no sabía que el faraón había velado por ellos durante todo este tiempo.
  Además el rey reconocía en su fuero interno que temía la intervención de Anubis. No le sería fácil justificar su conducta ante el dios de los muertos, pues Kunapup, además de ser inocente de cualquier delito, se había visto sometido a los inconvenientes de la justicia, mientras que el culpable, el detestable Ojeutinekt, vivía tranquilamente del producto de su hurto.
   Rensi se alegró de ver que el asunto concluía, pues le daba lástima aquel pobre campesino atrapado en las redes de la justicia.
  El gran intendente actuó con rapidez. En cuanto recibió la orden del faraón, envió a sus policías para que detuviesen a Ojeutinekt, que no ofreció resistencia. Todos sus bienes pasaron a manos del habitante del oasis, al que incluso le entregaron el ladrón como esclavo.
 Se había hecho justicia, y Kunapup se vio ampliamente recompensado por su gran paciencia.

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